Presencia

La práctica de la Presencia en la propia vida es ejercicio necesario cada día, es que estar vivo no es garantía de estar despierto y despertar es lo que hace falta, para abrir los ojos y mirar directo, sin la interferencia de nuestros deseos o nuestros pensamientos, entonces hay certeza, claridad, serenidad. La Conciencia, la Presencia, es nuestro derecho de ser humano, sin embargo, solo se realiza en nosotros con la práctica sistemática e intencionada, es nuestro desafío como especie. La búsqueda de una mayor Presencia en nuestra vida es un ejercicio práctico, operativo, que ahora mismo puedo realizar mientras escribo: tomar el sabor de mi boca, sentir y acompañar mi respiración, ser testigo de la vida que palpita en mi, en mi cuerpo, ahora; cerrar los ojos puede ayudar a profundizar la atención sobre estas sensaciones, que están siempre aquí, soy Yo el que no está siempre aquí para notarlas, disponible para interesarme en ellas con profundidad; buscarlas es una estrategia para bajar, para bajar a tierra firme, para salir de la película en la que vivimos y que consideramos real, aquella que con tanta vehemencia defendemos porque la consideramos como nosotros mismos, nuestras opiniones, nuestros planes nuestras ideas, acerca de nosotros y de todo lo demás, lo que creemos que somos, lo que queremos llegar a ser o a tener... esa manera de mirar una parte por el todo, esa reducción de todo a nuestros esquemas y posibilidades, lo que tenemos por conocido y sabido, que nos orienta y al mismo tiempo nos atrapa, nos limita. Afortunadamente no se trata de cambiar aquello, sino de ganar espacio para esta experiencia de Presencia, de estar realmente aquí, ahora, recibiendo la vida, esta vida que se expresa en mi cuerpo ahora, la sensación de la masa, del peso del cuerpo, con atención y práctica toda esta vibración se vuelve cada vez más familiar, más cercana, y el contacto con ella relativiza la experiencia del intelecto como la única lectura posible, como la realidad...entonces se produce un sutil equilibrio en medio del cuál se tiene la certeza de existir, de ser, con trascendencia de lo que pensamos y también de lo que sentimos.

No Herir al Otro

Muchas veces nos damos como razón para no ofrecerle nuestra impresión al otro, aquello que dice: “no le quiero decir lo que pienso para no herirlo”.

Detrás de esta frase se esconde una incapacidad para asumir, delante de sí y también del otro, la verdad de mi impresión; una falta de comprensión sobre lo interesante, sobre la utilidad que presta, (especialmente con las personas que más nos interesan), abrirse para el encuentro, dolerse si es necesario, para acceder a espacios más íntimos, cercanos, compartir ese espacio privado que cuidamos y que tenemos reservado tan solo para algunos.

El “no le digo para no herirlo” es finalmente un “no me interesas tanto como para que te muestre lo que es mi impresión, mi punto de vista, mi particular perspectiva”.
El “no le digo para no herirlo” también se convierte en un, “es suficiente para mí el grado de integración que actualmente tenemos” también es un “no me interesas”. También es un “me asustas”, “no sé”, “tengo miedo a sufrir y a abandonar lo viejo, lo conocido, lo consolidado… que poco me sirve”.

Vencer esta actitud clásica y ofrecer nuestra impresión desde toda la sinceridad y el respeto del que somos capaces, puede otorgar al otro una posibilidad real de cambio, de ajuste, de transformación, no solo por lo que está escuchando sino porque puede ser la oportunidad para sentirse mirado por primera vez, con seriedad, con responsabilidad, con respeto y compromiso.

Cuanto nosotros mismos necesitamos que otros, esos otros significativos en nuestra vida, nos pongan esa clase de atención; que se arriesguen a recibir en ellos el impacto del encuentro; no solo intercambiar opiniones y comentarios, sino que estar vivos uno frente al otro, recibiendo, en compañía del otro, cada uno su propia vida.


Milton Flores G.
1996.