No Herir al Otro

Muchas veces nos damos como razón para no ofrecerle nuestra impresión al otro, aquello que dice: “no le quiero decir lo que pienso para no herirlo”.

Detrás de esta frase se esconde una incapacidad para asumir, delante de sí y también del otro, la verdad de mi impresión; una falta de comprensión sobre lo interesante, sobre la utilidad que presta, (especialmente con las personas que más nos interesan), abrirse para el encuentro, dolerse si es necesario, para acceder a espacios más íntimos, cercanos, compartir ese espacio privado que cuidamos y que tenemos reservado tan solo para algunos.

El “no le digo para no herirlo” es finalmente un “no me interesas tanto como para que te muestre lo que es mi impresión, mi punto de vista, mi particular perspectiva”.
El “no le digo para no herirlo” también se convierte en un, “es suficiente para mí el grado de integración que actualmente tenemos” también es un “no me interesas”. También es un “me asustas”, “no sé”, “tengo miedo a sufrir y a abandonar lo viejo, lo conocido, lo consolidado… que poco me sirve”.

Vencer esta actitud clásica y ofrecer nuestra impresión desde toda la sinceridad y el respeto del que somos capaces, puede otorgar al otro una posibilidad real de cambio, de ajuste, de transformación, no solo por lo que está escuchando sino porque puede ser la oportunidad para sentirse mirado por primera vez, con seriedad, con responsabilidad, con respeto y compromiso.

Cuanto nosotros mismos necesitamos que otros, esos otros significativos en nuestra vida, nos pongan esa clase de atención; que se arriesguen a recibir en ellos el impacto del encuentro; no solo intercambiar opiniones y comentarios, sino que estar vivos uno frente al otro, recibiendo, en compañía del otro, cada uno su propia vida.


Milton Flores G.
1996.

No hay comentarios.: