La persona del Profesor y lo que puede hacer

Con el propósito de ofrecer un marco, un escenario, que contenga los afanes por comprender, por transformar algo de este proceso, tan criticado, que produce tanto descontento, pero considerado como esencial para la vida del hombre como es el de la Educación y también para intentar establecer un eje para conducir el ejercicio, escribo este documento.



Para esta ocasión existe un tema: el profesor, su persona, su función, su situación, sus posibilidades, sus dificultades, su camino, y un requisito, que el trabajo sea útil, práctico, no juntarnos para saciar nuestra necesidad de aliviar tensiones, de quejarnos, sino para crear, para salir fortalecidos, para recibir.
Tal vez sea necesario primero dejar espacios libres en cada uno, para poder recibir, retener, quedarnos con lo que pudiera aparecer. Si cada uno está tan lleno de frustración, la ansiedad por vaciar no nos dejará recibir, sin embargo, debemos aprender a trascender esta necesidad, para así atender una necesidad de otro orden, que nos brindará un tipo de satisfacción superior, que es la de experimentar la creación, lo nuevo, el aprender, la de encontrar algo útil para avanzar en este proceso.

Entonces hay dos dimensiones que abordar: la persona del profesor y lo qué él puede hacer.

Profundizando sobre la primera, la persona del profesor. Una impresión, la impresión que desde mi posición recibo, que se produce en mi persona cuando recibo o cuando reviso mi experiencia con el profesor, con las personas que ejercen la función del profesor; me entrega antecedentes de una persona confundida, que trata de llevar a cabo lo que le han enseñado, que le toca hacer en las condiciones que se le ofrecen, que no está contento. Es como si lo que le enseñaron, no le sirviera para desempeñar la función que se necesita hacer y que él necesita hacer. Como si hacer lo que le enseñaron le hiciera daño a él, lo dejara descontento, le produjese frustración. La impresión me habla de un ser humano que está ubicado inadecuadamente desempeñando una función de un modo que le hace daño.
No se le prepara para comprender en profundidad el significado, la trascendencia de su oficio, no se le prepara para concebirse él integralmente como instrumento, no se le enseña que no tan sólo serán sus conocimientos específico sobre una materia, el insumo que habrá de ofrecer en el encuentro con el alumno, sino que su vida completa, sus actitudes, el resultado de su proceso en la vida, el grado de satisfacción que refleje, será lo sustancial, lo fundamental, sobre lo que se hace posible, con lo que adquiere sentido la entrega de datos. Esta misma impresión que pretende ser un insumo para el intercambio que vamos a efectuar, habla de personas agotadas, cansadas de tratar a través de los causes que se les han ofrecido para desplegar sus intenciones, de personas con insuficientes herramientas para ofrecerse un tipo de mirada, que les permita trascender los diagnósticos fatalistas, apocalípticos, desesperanzados, que en la actualidad paralizan o facilitan un autismo inconducente, impregnado de resentimiento, y llegar a espacios desde los cuales se pueda formular un diagnóstico propositivo, que impregnado de realidad, reciba y valore el pequeño aporte y abra otro movimiento.
La persona del profesor, la vida del profesor no le interesa a nadie, ni al mismo profesor, no sabe por tanto cómo interesarse en algo más de ese niño que le es entregado para conducir en su proceso de desarrollo y actualización.
El profesor pareciera adolecer de un objetivo claro, de un cómo profundo, depende de que alguien, algún otro, efectúe cambios para él. No se ve con la responsabilidad de catalizar Él el cambio, la transformación de la forma de buscar. Impresiona la enorme capacidad de algunos para continuar buscando, para seguir tratando, para conservar la llama encendida, y la pasividad de otros.

¿Qué es lo que el profesor puede hacer entonces? Parece importante que el profesor se reconozca como sujeto en acción, haciendo cosas que lo dejan descontento, y que por tanto haga un paréntesis para estudiar cómo él hace lo que hace, cómo él desempeña su función, cómo vive su trabajo, cuanto tiempo se dedica para sí, para evaluar si su forma de hacer le procura el desarrollo y bienestar que implícitamente predica mientras educa; por ejemplo: considerar si regula su movimiento, considerándose él mismo como fuente de información, si él se siente o tan sólo se piensa, ¿dónde se instala para estar con ese otro (alumno) haciendo?, si lo sabe o no; y si lo sabe entonces cómo lo va haciendo. Si su persona es sólo lo que piensa, si su interés es sólo por lo que sabe en él y en el alumno, o sus esfuerzos también se interesan por lo que siente y por lo que no se sabe.




La invitación es a asumirse como eje para la transformación, a experimentar la posibilidad que se abre al interesarse en el propio quehacer, en el propio modo de hacer, interesarse en profundizar en la relación que existe entre mi propio nivel de presencia en el hacer y sus resultados. Se trata de procurar aumentar el nivel de satisfacción por un mejor uso de mi capacidad, por un mejor uso de mi posibilidad, como un eje con mayor posibilidad de intervención, en comparación a aquellas materias externas, del contexto, que siendo ciertas, escapan o se encuentran más lejos de mis posibilidades de transformación.




Acerca de las cosas que el hombre puede


Estar…a pesar de lo que me esté pasando
Vamos a entender para estos efectos que el ser humano es la síntesis, la integración del espíritu, del alma, del Yo y su cuerpo.
Cada uno de nosotros puede reconocer esta distinción entre alma y el cuerpo, entre el cuerpo que es sentido…, por ejemplo: usted sentado puede reconocer su espalda, la masa, la materialidad de ella, distinta a la idea de espalda (esta es otra distinción), y así como su espalda, su cara, sus pies, etc. Su cuerpo. Entonces entre este cuerpo que es sentido y usted que lo siente.
Usted que está allí reconociendo la existencia de él, usted que es también distinto a sus pensamientos. Es como si usted fuera el dueño de las ideas, (sus ideas) y el dueño del cuerpo (su cuerpo).
No se si el “dueño” pero si el responsable de ese cuerpo o de esas ideas o pensamientos. Tampoco estoy seguro de si es el responsable, si es que alguien es capaz de responder por su cuerpo verdaderamente, con autoridad, saber de él como para entregar respuestas acerca de él. Bueno, pero si el que lo puede sentir, o no sentir.
Un hombre es entonces el encuentro de uno con su cuerpo, es la integración de ese “uno” (alma, espíritu, Yo) con un cuerpo que ofrece sensaciones, ideas, otros. Cuando usted mira el cuerpo de otro, mira su cara, sus orejas, experimenta algo que es diferente a cuando usted se encuentra con la mirada del otro.
En la mirada reconocemos al otro ahí, tenemos certeza de la presencia viva de otro, sabemos del otro.
Es frecuente observar el temor, la dificultad para encontrarse, para recibir la mirada de otras persona. Perturba que alguien me mire, que nos miremos, queremos pensar y dejamos de mirar al otro, si lo miramos el pensar no fluye tan fácil, es como si se reconociera la presencia de algo muy diferente donde el pensar como que no cabe. Algunos, la mayoría, prefieren refugiarse en sus pensamientos, los menos con el otro. Cuando decidimos mirar al otro nuestras ideas suelen perder su continuidad en la conciencia, se alternan con sensaciones y esto genera una perturbación a esta “quietud”, para muchos deseable. También es cierto sin embargo que esta “perturbación” se acompaña de una vitalidad, una frescura, algo interesante aparece, distinto.
Lo frecuente es que la aparición de estas sensaciones nos lleve a renunciar a ese encuentro y nuestra atención se desvía, no somos capaces de sostener la mirada, no toleramos la presencia de esas reacciones manifestadas en la materialidad del cuerpo y en la abstracción de las ideas.
Cuando ese dueño, ese observador tiene la fuerza, la entereza (capacidad para estar entero), para seguir en su lugar, para distinguirse de esa agitación, cuando la acepta, cuando no se distrae, por ejemplo, pretendiendo cambiarla, cuando no se deja arrastrar por los pensamientos, y asume como lo más importante permanecer en su sitio, le ofrece al hombre, a ese hombre, la posibilidad de organizarse de un modo apropiado, así podrá aceptarse y comprender, ser más libre, ya no tendrá que escabullirse, que evitar, sabrá como sobreponerse a “si mismo”, para hacer siempre, o por lo menos más veces, lo que corresponda hacer.
Esto no es lo habitual.
Un ejemplo: una mujer va hacia su marido, el está viviendo un estado de confusión, en crisis, sufriendo. Ante eso, ella experimenta un impacto doloroso, aparece en su cuerpo un desagrado, y piensa cosas, se da cuenta que a ella no le gusta ver a su marido así, se pregunta si a ella le sirve o no vivir ese momento, si está dispuesta a afectarse así, como se siente, frente al estímulo que es en ese momento ese hombre que sufre, piensa sobre las cosas que ese hombre debería hacer para dejar ese estado y mientras ella atiende lo que piensa, rechaza lo que ella siente y termina por rechazar a su hombre, y lo deja solo con sus cosas, piensa que lo mejor es dejarlo solo.
El hombre por su parte, atrapado en su crisis no ofrece facilidades para que ella se acerque, tan solo ofrece su perturbación, su lenguaje expresa también aquello, parte importante de su crisis consiste en que el también se rechaza, se desprecia, no ha desarrollado la capacidad para acompañarse en un momento así.
Cuando esa misma mujer comprende y se hace cargo de su reacción, cuando se ofrece para sí una actitud que promueve la trascendencia a su reacción, no convertirla en todo lo suyo, cuando a pesar de “si misma” puede establecer un contacto con su hombre, y lo ve y comprende que él no puede y que el necesita, y que ella también necesita de ese hombre, se acercará ofreciéndose, reacción incluida, aceptada, y aceptando el estado de su hombre, abriendo la posibilidad, para incorporar otra categoría de estrategias que faciliten también en el hombre alzarse para aceptar y mirar desde otra altura, e iniciar un operar, un transformar, una redefinición desde, lo malo hacia lo que es, una valoración porque es así, y una utilización de lo dado más allá de si me gusta o no. Algo así comienza, un cambio de criterio, de mirada, de marco de referencia, un optar a desarrollar esta capacidad útil en todas las relaciones, adquirir esta habilidad para saber estar íntimamente con mi posibilidad.

UNIÓN

Sentir el momento impregnado a Unión, estamos juntos en algo cierto, que nos damos como principio, “Amar a Dios por sobre todas las cosas”, ese aroma del todo, que nos va recibiendo, y hacia el que también nosotros queremos ir.
Momentos dentro de ciertas prácticas que ofrecen la oportunidad para presenciar y participar de un encuentro más íntimo y delicado, con todo a la vez, y con las distinciones, una actividad sentida como eje, un viaje que se va creando, sensual, firme, unidos, cada uno y con todo a la vez, algo más de eso, vivir esa posibilidad, tocarla, para que nos dé esperanzas, para que nos transforme, para alcanzar más comprensión, más esencialidad. La identidad instalada en otra dimensión, aparecen materiales, se abre una visión para instalarnos en otra frecuencia, más plena, que facilita una mayor integración conciente, en el momento, cualidad que permite reconocer y reconocernos ocupando también lugar. En cada cual brota el compromiso con Dios y con cada uno, que es lo mismo.
Somos seres espirituales, participamos de una sutileza, de una actividad fina, luminosa, surge como certeza, asusta, pero la consistencia obliga, la unión en Dios es para los seres espirituales que somos, a imagen y semejanza. Siempre los seres humanos hemos sido espirituales, necesitamos asumir y actuar en consecuencia, especialmente los que ya poseemos comprensión suficiente, que sin pecar de locos suene lo suficientemente serio para afirmarlo, como profesionales, y recomendar el estudio sobre estas materias.

Vivir Nuestra Dimensión Espiritual Cotidianamente

Hacer conciencia y comprender la trascendencia que tiene, incluir la espiritualidad a nuestro cotidiano, vivir asumiendo que existe un espacio sutil, activado, formando parte del cada día en cada uno, facilita las cosas, somos lo que somos, seres espirituales, ¿sí o no?
Habitamos en nuestro cuerpo, podemos sentir la materia, su masa, su volumen, su dinámica; recibir la actividad intelectual, estudiar nuestra relación con todo eso, nuestro sentimiento, y esa presencia trascendente que es esquiva, que al integrarse el rompecabezas se arma, el instrumento está más listo, se incluye otra dimensión, se alcanza un grado superior de integración, recuperamos la sutileza, el Ser de lo humano.

Trabajar para desarrollar la presencia, para alcanzar alguna cualidad en ella, que sea suficiente para cambiar la frecuencia, para saltar a otro estado, un hombre mejor para el mundo, más conciente, más claro, con más propiedad que alcance a impregnar su contacto con la realidad del grado de objetividad suficiente como para despertar, como para garantizar que realmente ve, que está primero lo primero, que ama a Dios por sobre todas las cosas.

Cuando por alguna vía nos aclaramos y buscamos la presencia del Ser en nuestras vidas, para referirnos a esa actividad fina que nos regala omnipresencia en la vida, nuestra cultura cambia, se transforma, ya lo esencial a cultivar es de otro orden, cambia el proyecto, su naturaleza, se trasciende lo material cuando se reivindica lo sutil, el Yo superior que es Dios en mi, Jesús ya está aquí. Si la presencia espiritual se integra, Jesús vive en mí, me acompaña, llego a su reino, al reino del Padre, al de Todos.

Jesús trató de mostrarnos la ilusión, y nos invitó a recuperar la dignidad. Claro, nos tomamos nuestro tiempo, pero más vale tarde. Él probó que la materia será trascendida, entrega su cuerpo y su alma sigue viva, resucitó.